14 Me estaba reservado lo que a nadie

Eduardo Darnauchans  y  Sylvia Meyer

Voz: Marosa Di Giorgio
Música: "De Despedida" (letra de Víctor Cunha y música de Eduardo Darnauchans)
por Eduardo Darnauchans y Sylvia Meyer


Me estaba reservado lo que a nadie.
Voy a ver brillar los bichos de noche, azules y rosados, color caramelo clavelina.
Iban despacio, cambiándose señales.
Otros muy grandes de capa negra y lunares blancos o blancas y lunares negros.
Y al chocar en algo firme se deshacían con un rumor de seda y de papeles.
Me daba cansancio y temor.
Y así volvía a la silla única pero en el techo, estaban boca abajo matas que con peligro yo había plantado, tomates y azucenas.
Las conejas de adentro de la casa miraban hacia eso con afección.
Y la divinidad, peluda y brillante, descendía por la pared. Eternamente.



.

13 Así que ese era el jardín de mandrágoras...

Liliana Vitale
Voz: Marosa di Giorgio
Música: Viernes 3:am (Charly García) por Liliana Vitale


Así que ese era el jardín de mandrágoras. Estaba allí y no me había dado cuenta.
Ese es el jardín de los ahorcados. Tironeé una mata, y sí, vi la raíz en forma de hombre.
Corrí, loca de terror, al interior de las habitaciones, de donde por cierto, nunca me había movido.
Así que ése era el jardín de los ahorcados.
Por cada ahorcado, una mata. Pero, hurgué en mi memoria y no había señas.
Busqué papel y pluma, mas los parientes demoraban tres años en contestar.
Di un grito y fue inútil. Corrí hasta el fichero, el armario, y sólo había cajas de dulce y quesos de color rosa, o celestes, cada uno con un ratón en el interior.
¿Los periódicos? Nunca trajeron nada verdadero.
Entonces, llamé a las empleadas: —Aline. Todas se llamaban Aline y tenían un par de alas minúsculas cerca del hombro.
Les dije: —Díganme, ¿es verdad que los ahorcaron?
Ellas se cubrieron el rostro, volaban, se deslizaban, sigilosamente, a ras del suelo.

.

12 Al mediodía las ásperas magnolias...


Voz: Marosa Di Giorgio
Música: "No existe" por Eduardo Darnauchans y "Bartleby el escribiente" por Sylvia Meyer.


Al mediodía, las ásperas magnolias y las peras, los topacios con patas y con alas; azucenones, claros, rojos, semiabiertos; la casa de siempre, el patio familiar, parecían el paraíso, por el brillo de las ramas, los racimos, las estrellas en las hojas, cuyas figuras de cinco picos se reflejaban por los suelos. Y el bebé con sus plumas. No se sabía si era niño o era niña. 
El bebé entre las cremas. 
Blanco, celeste, color rosa. 
Si era mujer o era hombre. 
El bebé entre sus tules, sus claras y sus yemas, las "coronas de novia".
El deseo estuvo, allí, servido.
Era eso, exactamente.
Tocaron las campanas a rebato. 
Cuando el asesinato, la violación del bebé; la devoración, la consunción. 
Sonaron las campanas a rebato, cuando la visitación al bebé, y todo lo demás.
Las frutas desaparecieron. La casa quedó gris, chiquitita. Como antes, más que antes.
Pasó un minuto.
No sé si pasó un día, pasaron años.
Y Dios perdonó. 
Se sintió el rumor de sus alas bajando por las uvas.
Dios quemó el pecado.
Lo borró.
Lo quemó.
Lo dejó blanco, como nieve, como espuma.